lunes, 3 de octubre de 2011

LOBO

Siempre me pareció increíble que yo nunca hubiera estado en la parición de alguno de nuestros animales.

En casa había perras, yeguas, vacas, ovejas....de alguna manera, y con seguridad por los tiempos en que yo vivía, cuando era niña...todas esas cosas estaban reservadas a los "mayores".

Esos mismos mayores que cuando trataban algún tema...de mayores....decían como al pasar que no hablaban porque....había ropa tendida.

Malos. La "ropa tendida" éramos nosotros...los chicos...que siempre nos quedábamos con ganas de saber cosas...Pero ni modo...era como que todos eran mudos, sordos, ciegos....qué malos!

Pero como todo llega en la vida....yo ya era muy...muyyyyy grande cuando ví por primera vez a una perra parir.

Teníamos a unos amigos que iban, un fin de semana sí y otro también a nuestra casa en el campo.

Ellos llevaron a su perra, casi parturienta...y ella, tranquila y simplemente, se consiguió el lugar adecuado para dar a luz.

Se fue al último cuarto....se metió en la parte baja de un ropero.... y sabiendo de su tema, le acondicionamos "la sala de partos"....

Y allí....echadas boca abajo en la cama...mirando el lugar donde la Chiquita( de éllos) se acomodó...vimos cómo, uno a uno iban saliendo esos cachorros deliciosos, encapsulados en esa tela brillante y flexible que los alimentó durante la estancia en la panza de su mamá...y que su mamá retiró amorosamente y se comió, para dejarlos lustrosos, gorditos y chillones frente a nuestros ojos maravillados.

La perra con sus 3 cachorros volvió a la ciudad.

Pero uno estaba definitivamente condenado a regresar al lugar donde vió, por primera vez, la luz. Y donde vimos que sus ojitos sellados, se abrían...

Y una tarde ya de invierno....lluviosa, con viento...llegamos con mis amigos y "LOBO", para quedarse.

Llegar fue una odisea. Auto empantanado. Barro por todos lados. Mi amiga quedó como un hermoso helado de chocolate...ayudamos a salir el auto de ese barro...ella se ubicó mal...y bueno....las ruedas giran rápido y en un solo sentido...algo inenarrable...pero con seguridad, con demasiado barro para ser real...así llegamos con Lobo de dos meses...abrazado y adentro del abrigo.

Y allí empezó otro tiempo. Perrito bebé adentro de la casa. Pero además perrito delicioso.

Y como perrito de menos de tres meses...sin control sobre sus esfínteres.

Es imposible de creer cómo algo tan pequeñito pueda hacer tanto pis y caca. Por cualquier duda, remitirse a mi mamá.

Lobo andaba caminando por la casa y por ahí...se abría de patas (era pequeñito, imposible que la levantara). Verlo y darle un grito era todo uno...con lo cual el mal era mayor.....allá salía Lobo...con sus cuatro patas desparramadas, desparramando su pichí por la casa...

Mi amiga sentenció....a los tres meses esto se soluciona. Y fue así. A partir de sus tres meses este loco fantástico andaba por todos lados...pero salía a hacer lo suyo en el campo. Volvía y fue ...uno de los dueños de la casa!!!!!!

Prendíamos a la nochecita la estufa a leña. No comimos perro asado por esas cosas.

Porque el hacía todo lo necesario como para asarse. Se acostaba, panza al calor de la estufa...y veías cómo, poco a poco, se iba poniendo rojo....claro...nunca se tostó...sino...lo hubiéramos comido a las brasas nomás. Esto es broma, claro...mmmmm...

Tuve con el un amor especial.

El sabía que con cada fin de semana yo llegaba. Y los viernes a la nochecita o los sábados a la mañana, reiterábamos nuestra historia de amor.

Y allá estaba Lobo sentado en el pasto, cerquita de la casa, pero mirando para el camino por donde vería aparecer a su amor.

Y su amor, puntualmente llegaba.

Y allá salía, que le volaban las patas a hacerme todas las fiestas que sabía hacer.

En casa había un sillón muy cómodo. Rojo....y aunque un poco viejo y desvencijado...nos contenía a los dos. Yo sentada. Lobo sentado arriba mío...y ahí daba vueltas y vueltas tratando de acomodarse lo mejor posible. Se acomodaba. Y yo ya no podía ir ni siquiera al baño. Dormía, se quejaba, me miraba...pero siempre contenido y con unos mimos de tal tamaño que era imposible que entraran en mi corazón y en el de él.

Lobo fue creciendo. Era un hermoso animal. Blanco y con dos manchas marrones, una sobre su paleta derecha..la otra un poco más sobre el lomo.

Y sábado a sábado acomodarnos en el mismo sillón era, simplemente, una odisea....

Nos quedaba muy chico ese sillón pero.... era nuestra guarida.

Y después de mucho rezongar y tratar de meternos en los espacios que nos lo permitían....quedábamos arreglados para una buena parte de la noche, así cenábamos y mirábamos tele...así charlábamos en familia...yo inamovible y Lobo, como de piedra, arriba mío.

El dormía en una cucha especial. Entre un sillón grande y la pared había quedado un espacio. Allí mi mamá le armó su cama. Y era de maravilla ver, cuando llegaba la hora de acostarnos, cómo mi mamá calentaba su frazada en el fuego de la estufa. Es como una fotografía eso. Mi madre con su frazada en la boca de la estufa...un poco más atrás él, esperando. Y allá salían los dos, como disparados, hacia esa cucha que...siempre, sentí, era la cama que muchos niños no tienen.

Se acostaba de costado, con su almohada y mi mamá lo tapaba.

Toda la noche este tremendo bandido dormía como un bebé. Bebé perro, pero definitivamente bebé.

Era una época en donde no existían las Veterinarias. Con seguridad las habría, pero nunca estaban destinadas a cuidar de nuestras mascotas, como ahora.

Y cada perro que pasó por nuestro hogar, sino hasta los últimos, no supo nunca que había un doctor de perros que podía mejorarlos.

Lobo se empezó a sentir mal.

Tuvo una enfermedad característica de éllos. Parvovirosis. Qué nombre horrible!

Y aquel perro joven y hermoso, compañero mío en el amor, se fue desangrando sin poder encontrar una solución para salvarlo.

Llegar a mi casa el sábado siguiente y que no estuviera era algo que no podía entrar en mi cabeza y mucho menos en mi corazón.

De nuestras queridas sombras sé que siempre fue el más mío.

Y con seguridad Lobo debe andar dando vueltas por ahí...esperando encontrarme en alguna vuelta del camino.

Y puntualmente, en ese cruce, nuevamente nos encontraremos.


                    (Este Lobo cybernético que Internet  me provee, es harto parecido a aquel
                     cachorro pequeñito y gordito que llegó un día a la casa en que nació, esa
                     vez para quedarse y para darme la dicha de amarnos mutuamente. Sus
                     manchas marrones oscuras, dos, estaban sobre su lomo, no en su cara.
                     Pero este pequeñajo es muy parecido y los ilustrará acerca de la maravilla
                     que nos permitió verlo crecer y amar, con la facilidad misma con la cual
                     respiramos)

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