viernes, 14 de octubre de 2011

ABUELA CELIA

Nacida también en Santa Isabel, cuando así se llamaba Paso de los Toros.

Integrante de una familia emblemática del lugar, que no por su riqueza contada en esterlinas de oro. No. Ellos eran importantes aún sin dinero. Y más que nada, todas las mujeres de su familia, que para empezar, eran ocho.

Una familia grande la de mi abuela. Sus padres, ocho hermanas y cuatro hermanos. Siempre pienso en lo que serían los almuerzos y las cenas de ese casi batallón....algo más que común en esos años. Impensable en nuestros tiempos, en donde una mamá con un niño solo en casa, ya es un desbarajuste tremendo!

Mi bisabuelo era español y con un apellido compuesto. Así que desde el vamos, esta familia ya tenía hecha la diferencia....Marcos de Ogueta plantó en nuestra tierra sus semillas.

Hubo hermanas de mi abuela a las que nunca conocí. Tal vez sería porque cuando yo llegué éllas ya habían partido...tal vez vivían aún afuera.

Pero de mis tías abuelas recuerdo sólo a cinco. A mis tíos abuelos nunca los conocí.

No, sí conocí a uno. Pero por muy poco tiempo.

Sólo por esas maravillosas fotos familiares en donde muchas veces, reunidas las familias de mi abuela y de mi abuelo, me hacen entender que son cosa seria los genes.

Porque pasando los años y las generaciones, es como que muchas de esas caras se repitieron y así mi padre era exacto a un hermano de mi abuela y mi padrino clonado de un hermano de mi abuelo.


Y viendo la foto, es como que si éllos hubieran viajado al pasado y luego, pasando la vida....fue como si mis tíos abuelos hubieran vuelto a vivir....

Una familia preferentemente rubia, y la otra morocha. Y mi abuela y sus hermanas rubias, algunas de ojos claros y otras no, pero todas y en su estilo, bellas mujeres.

Sé que hay constantes familiares que se repiten. Y por alguna de éllas, yo tampoco me casé.

Porque muchas de éllas se fueron solteras de este plano....algunas más realizadas que otras, algunas más enterradas en el pasado sin posibilidad de ir hacia delante, pero todas con una estirpe tan marcada, con una asunción de su verdadera clase tan pronunciada, que todas han sido merecedoras de mi respeto.

A la mayor de todas que conocí fue a Matilde. No muy alta ni muy linda. Con seguridad, con una cara muy especial. Debes tener en cuenta que cuando las conocí yo era muy, pero muy chica.....y éllas, ya, demasiado grandes. Y alguna de éllas, me asustaba.

A ella la conocíamos como a la ....patriarca.! Entonces, mi tía Matilde era un referente en la vida de estas mujeres. Creo que siempre fue respetada y puesta en un pedestal. Tal vez, porque era la mayor de todas. Y además, porque cocinaba como los dioses.....mmmmm.....El pastel dulce que hacía de carne picada, con papas por arriba y con azúcar, a las que quemaba con una plancha calentada al fuego, fue una de esas comidas maravillosas que cocinaba, generosamente, para to
Cronológicamente no me voy a entretener en ubicarlas.

Con ella vivió toda la vida mi tía Sara. Delgadita y rubia, trabajando en su momento en el London Paris, tienda importante si las hubo, y luego encargándose de la limpieza profunda y a diario del apartamento en donde vivían. Un ser sin luz propia pero de la que guardo aún un buen recuerdo y una pena grande....

Mi tía Herminia era la bella de la familia. Y así siguió durante toda su vida.

Se casó con un hombre un tanto bruto, que se dedicaba a la compra y venta de ganado. Y a todo el entorno que eso generaba. Igualmente, era un hombre dedicado a ella y sé que ella a su lado resplandeció como una estrella luminosa.

Tengo su foto vestida de amazona. Bella....realmente bella. Y los cuentos de mi tía Mirta, que fue la sobrina directa de todas estas mujeres, siempre fueron impagables.

Un día, le han pedido a su esposo, que no sé si en ese momento lo era, que les comprara bombones.

Hombre generoso, si los hubo, les dio el dinero suficiente y se fueron a la mejor casa de dulces de la ciudad. Y compraron la tal caja de bombones....mi tía y una prima suya, compañera de correrías....
Y allá se vinieron con esa caja preciosa hasta que llegaron a la escalinata de la Universidad de mi ciudad....allí, mi tía y su prima se sentaron a comer bombones sin el más mínimo cuidado....y éste... era espectacular ... era de chocolate amargo, pero el otro era de... blanco y con una guinda...y el otro de licor....y así, uno a uno, aquellos bombones fueron desapareciendo de la caja. Hasta que la caja quedó casi sin ninguno.

Llegó el momento de llegar a la casa y entregar la caja de bombones. Ya se habían encargado de envolverla de nuevo como si estuviese intacta y así...sin más...entraron a la casa y le dieron la caja de bombones a su verdadero dueño...vacía de toda vacuidad....simplemente le dijeron ....aquí están los bombones....y ese tipo, tan sencillo y sin ninguna vuelta les dijo....ta bién...llévenla para adentro.....

Nunca se enteró que la caja estaba vacía, que los bombones descansaban en las pancitas de mi tía y su cómplice...y así siguió todo en paz y en armonía en la familia...

Esta tía Herminia era muy afecta a no reconocer los años que tenía...pasando el tiempo...

Pero se los sacaba de una y no de a uno....simplemente, rejuvenecía 5 u 8 años de una pasada....llegó un día en que mi tía Mirta enojada le dijo.....Tía...pare un poco...cada año que pasa yo soy más vieja y usted tiene los años que mi hermano menor no tiene.....en fin....que fue un bello juego que jugó esta bella mujer que sobrevivió a sus dos hermanas y que murió sola y mal....o al menos, acompañada por quien no debía.....pero cómo uno puede llegar a saber cómo serán sus últimos días???

Mi tía Elvira fue otra de las hermanas de mi abuela que conocí. Ella se casó con un militar. No sé si fue militar de carrera o de campo. Pero fue un hombre muy reconocido y demasiado jodón. Tuvo cuatro hijos. Cada uno con su impronta personal, pero todos con algo de lo de su padre. Ella era muy seria. Su marido no lo había sido, porque las historias conocidas son todas para morirse de la risa. Pero cuando yo la conocí, ya no lo tenía. Y estaba de luto. Y así siguió hasta el día de su muerte. Que también fue muy dolorosa.

Cuando hay intereses parecería que el amor se espanta y huye muy lejos....

Me parece estar en su cumpleaños de ochenta años, rodeada de tantos familiares, todos sus hijos y nietos....fui con mi papá a la fiesta....otra bella noche de las tantas que he tenido!

Otra hermana de mi abuela que conocí fue a Ema. La menor de todas. También rubia y muy bonita. Se casó con un gerente bancario y su vida, hasta recalar en la ciudad, fue andar de ciudad en ciudad, con su marido y sus hijos que, puntualmente y sin importar dónde, iban naciendo.

Creo que ella también se fue mal. Con mucho dolor por temas familiares, sin decisión propia para decir que no, su corazón se rompió y nos dejó a todos, al menos en la vida tangible, sin su presencia tan grata y querida.

Los hombres de la familia fueron problemáticos.

Uno se fue de la vida familiar y se supone que recaló en Buenos Aires. El la guía alfabética de esa ciudad aparecen muchos "de Ogueta" y con seguridad son familiares.

Otro se mató.....y así....No puedo ni debo juzgar, pero todas estas mujeres y las dos que no conocí tuvieron siempre mejor puestos los huevos que éllos...lamento este comentario...pero es lo que viví desde siempre, fueron las mujeres que conocí y entre toda esta familia grande y mayor, conocí a mi abuela Celia.

Mis padres se habían casado y vivían en un apartamento al frente de la casa de mis abuelos.

Yo, de esa casa familiar, de papá y mamá, no tengo recuerdos. Sí de la casa de mis abuelos...en donde la conciencia de la vida empezó a habitarme. Y era muy pequeñita. Mis recuerdos se remontan al año de vida.

Y mi abuela Celia, ya desde esa pequeñez siempre estuvo en mi entorno.

Era una abuela de cuarenta y ocho años y lucía muy mayor.

Una bella mujer, alta, rotunda, rubia, de ojos con un color indefinido, con los genes de su familia europea. Como ella era mi papá, y como éllos, yo.

No soy rubia ni de ojos claros. Mi padre era así. Pero soy el calco de su cara, como de alguna manera, de la de mi abuela...e igual de cuerpo como ella. Tal vez ahora no tan rotunda ni contundente, como mi querida abuela Celia.

La vida hizo que nos fuéramos todos a vivir al campo. A la Avícola Cristina.

Y aunque no lo parezca, no es el ego lo que me impulsa a nombrar el lugar de nuestra vida. Era en esa avícola a donde nos fuimos a vivir todos, y simplemente así se llamaba.

Mientras el abuelo y padrino seguían aún en Montevideo, papá y mamá ya se habían mudado a ese predio, tratando de reconstruir una casa para todos y más que nada, haciendo todo lo posible para que allí se instaurara un criadero de aves.

Fueron muchas noches las que abuela se quedó en aquella casi tapera...acompañada por Fiel, mi primer perro conocido y amado.

También mamá se quedó conmigo...bebita...escuchando el silencio de la noche y sus ruidos magnificados.

Pero ese tiempo pasó y llegó la hora de estar todos juntos.

Con seguridad los problemas existían, como en cada familia y en cada época.

Pero era una maravilla vivir en aquella naturaleza, acompañada de todos los afectos y de todos los besos y todos los abrazos que yo pudiera merecer. Con seguridad, con esa edad, me los merecía a todos.

Por las leyes que nos regulan y que a veces no sabemos a qué están amarradas, llegó el día en que mi abuela y mi tía regresaron a Montevideo, dejándonos a todos en la más completa orfandad.
Mi tía peleó muy fuerte con mi abuelo o mi abuelo peleó muy fuerte con ella.

Eso significó que la casa quedara confinada a mis padres, a mi abuela Teodora, a mi padrino y a mi abuelo Modesto.

Llegaría después mi hermana, al margen total de todas estas vivencias.

Luego pasó que mi abuela Teodora enfermara para morir, así mi abuelo fue a buscar a mi abuela Celia...el grupo familiar se aglutinaba en torno a un ser que fue muy importante para todos, que empezaba a irse.

Y así, una madrugada de Reyes...sentada en la falda de mi papá, mientras explotaba una fábrica de pinturas, creando para mí el mayor espectáculo de fuegos artificiales que ví en mi vida, le pedí permiso para ir a vivir con mi abuela, en Montevideo.

Así fue que hice nuevamente el sexto año de escuela. Porque tenía solamente diez años. Y así empezó mi vida en la enseñanza secundaria y mi vida de adolescente.

Había dicho antes, en algún lugar de estos relatos, que mi abuela era una modista de excepción.
Vinieron las fiestas y los cumpleaños, que nada tienen que ver con los de ahora, pero fueron los que me tocaron y fueron lo más que viví, en esa época.

Y allá abuela tiraba, sobre su cama, a las tres de la tarde un corte de tela. Y cortaba mi vestido. Hacía una prueba y a las nueve de la noche yo salía vestida de princesa de mi casa.

Igual, al lado de mis compañeras era simplemente una princesita vestida de niña....

Los vestidos de éllas y sus zapatos altos, cuando yo andaba a ras del suelo, nunca se borrarán de mi memoria....pero con seguridad llegó el tiempo de subirme arriba de aquellos tacos tan ansiados...de ver la vida un poco desde arriba....supe después que la vida no pasaba a la altura de ningún taco alto, pasaba a la altura de cada uno de nosotros y sin saberlo, me habían dado la medida exacta de la escalera y en todo caso, un lugar de privilegio en ella.

Y la adolescencia empezó a pasar y yo a terminar de estudiar el Preparatorios de Abogacía para empezar a trabajar y a colaborar con la casa de mi abuela y de mi tía.

Abuela Celia era la administradora de esa familia. Era la que tenía el criterio suficiente como para comprar la comida, pagar el alquiler y hacerse cargo de todas las cuentas. Cocinaba como los Dioses, aunque en mi casa la que hacía la ambrosía era mi tía Mirta. Y cuando la hacía era como conmemorar una fecha patria..!

Mi abuela siempre tuvo banca "Arriba". Ella siempre tuvo línea directa con el Cielo.

Ese Cielo al que día a día le pedía por nosotras. Devota del Sagrado Corazón de Jesús, no dudaba en poner en penitencia a San Onofre, cara contra la pared, si un día las cosas se ponían tan delgadas que peligrara la comida.

Siempre desde "arriba" le daban una mano grande. San Onofre de nuevo volvía a tener su cara de frente a la familia y de yapa, se fumaba un cigarrito....Santo no tan santo este, pero con el que mi abuela tenía un diálogo muy especial. Y nunca ví que no le cumpliera cada cosa razonable que pedía.

Una noche, mi abuela dormía en su cama y tuvo un ataque de epilepsia. Estaba mi abuelo en casa.

No teníamos teléfono y ella necesitaba un médico. Salimos con mi abuelo puerta afuera, corriendo por varias cuadras en busca de ese aparato, que los privilegiados tenían en esa época, opaco remedo de los que teníamos como juguetes...una cajita de resonancia y una cuerdita de pocos metros...era algo así como eso, si lo comparamos con las comunicaciones nuestras de cada día de hoy....

Ese fue su primer ataque.

Pasando el tiempo tuvo otro. Más fuerte, con más compromiso de su salud mental, aunque siempre supe que nada de eso dañaría una mente demasiado clara y un corazón desbordante de amor.

En esa oportunidad yo transitaba un amor conflictivo, que duró muchos años después que abuela se fue. De alguna manera tengo claro para mí que chantajée a abuela, al contarle la promesa que hice para que reaccionara y no se fuera en ese momento.

Mi abuela sabía mucho más de la vida que yo. Ella hizo que yo levantara la promesa.

Creo que nunca debió autorizarme. Toda mi gente ha sido permisiva conmigo y en casi todos los casos no creo haberlo merecido.

Abuela empezó a tomar sus medicamentos. Todos y cada uno de éllos. Demasiados.

Me acuerdo una noche. Yo había ido al cine. Abuela estaba en casa con mi tía.

Cuando regreso, mi tía me dice que ella no estaba bién. A primera vista, estaba como siempre. Pero cuando hablaba, decía cualquier cosa. Yo me senté cerca de su cama para cenar. Y como al pasar, le hacía preguntas. Las respuestas eran de una incoherencia total. Parecía como que el coco de mi abuela hubiera explotado.

Esa noche nos acostamos como si no hubiera pasado nada. Al otro día llamamos al médico. Ya mi abuela hablaba con total coherencia, razonablemente.

Así el doctor nos explicó que ella, en su sillón de hamaca, se escurrió un poco en el respaldo, se durmió, en una de esas siestitas que siempre se daba y la sangre no llegó, como debía, a su cerebro.

Yo le dije que le hacía preguntas y que ella contestaba cualquier cosa. Y ella, frescamente me dijo que, sabía lo que le preguntaba, sabía lo que tenía que contestar...pero le salía cualquier cosa....ufffff

Nuestros centros nerviosos se ven afectados por estímulos externos, también por los internos, pero eso en casa era moneda corriente. Mi tía sufría de depresión, fue así por muchos años y en muchos de esos años estuvo abuela, tratando de sostenerla. Uno admite ese sostén, o no lo admite.

 Pero eso es parte de la historia de mi tía y no sé si tengo el derecho o la obligación de hablar de ella.

Abuela además arrastraba a un corazón demasiado grande. Formidable. Capaz de anidar en sí, el amor suficiente como para contentar a todos los que éramos su familia. Pero en definitiva, un corazón agrandado en demasía como para cumplir su función y eso se empezó a sentir.

Y día a día, empezó a fallar. Y aquella mujer que todo lo podía debió guardar reposo. Y en ese día a día la fuimos acompañando. Y cuidando e intentando de que todo estuviera bien.

Ya mi hermana había regresado. Su nieta traía consigo a las bisnietas. Natalia y Virginia eran muy pequeñitas. Y eran la luz de los ojos de mi abuela, que se estaban ya apagando.

Y llegó una noche definitiva en nuestras vidas. Mamá se había llevado a las nenas para la chacra. Yo había vuelto temprano, en la mañana, con máquina de calcular y papeles, para trabajar en casa.

Mi abuela querida en su cama, hablando con total coherencia. Instruyó desde allí a mi hermana para hacer una de esas comidas familiares que siempre nos gustaron mucho...fue la bendita "sopa seca".

Se debía poner en una olla, el aceite suficiente como para fritar una cebolla. A eso le agregaban dos cucharadas soperas de pimentón. Eso se revolvía lo convenientemente y se le agregaban mostacholes.....fídeos. Se cubría con agua, hasta toda la superficie, y se dejaba cocinar a fuego lento.

Cuando el agua ya había cumplido su función, los fideos estaban prontos, con una salsita de cebolla medio colorada.....era el pimentón...

Esa fue nuestra última comida en familia. Allí estábamos mi tía, mi hermana, mi abuela y yo...y después siempre supimos el secreto de la "sopa seca"

Esa noche nos acostamos, todas. Mi tía en la cama de al lado de abuela. Mi hermana, al lado de mi cama. Se apagaron las luces, pero yo, lectora empedernida, quedé acostada, con mi luz y mi libro.

En determinado momento escuché un ruido extraño y me levanté.

Mi abuela que ese día estuvo en la cama se levantó como para ir al baño. Y allí ya estaba como perdida. La llevamos de nuevo a la cama, pero mi abuela había resuelto irse. Ese era su momento.

Fue a la primera muerte que asistí. La sentamos en la cama y me puse en su espalda. Abrazándola.
 Lentamente ella consintió en que la acostáramos. Hablaba.

Nos pedía que rezáramos. Con voz clara y apagada, pero muy clara.

Mi hermana estaba conmigo a un lado de la cama y mi tía del otro.

Abuela se empezó a ir, todavía respirando. Nunca podré olvidar sus ojos. Abiertos, de par en par, pero turbios, entreverados, quedándose poco a poco sin luz, ya pudiendo ver algo que nosotras no veíamos.

Rezamos a su lado, en una comunión completa y en la certeza que ella sabía que la estábamos acompañando en su partida de este mundo.

Fue como sentir que me quedaba sin una mano o una pierna. Una sensación de abandono tan profunda, que sólo ahora sé que no fue eso. Ella trascendió este plano en que aún habitamos de la misma manera en que vivió. Coherentemente, razonablemente, mostrándonos de una vez y para siempre como hay una manera de hacer bien las cosas en la vida.

Ese día, uno de los pilares de mi vida se fue. Al menos, físicamente.

Cuesta mucho, vaya si cuesta, no sentir como antes sentí, un agujero en el corazón.

Pasando el tiempo y la vida, entendí que yo estuve, de manera privilegiada en su vida, en sus amores y en su corazón, como así ella sigue estando en el mío.

Ocupando ese exacto lugar, que nunca fue un agujero.

Ese lugar compartido, de las dos, con tantas confidencias, con desacuerdos, con el vivir diario, con la escondida que se mandaba de mis cigarrillos..y una noche en que no los tenía, abría como al pasar uno de los cajones del sisé (no sé si se escribe así, pero así se llamaba ese mueble bello con el que me crié y que hizo mi abuelo) y sacaba de una vieja caja de cigarros los que nos había ido robando. Tal vez eran los mismo con los que chantajeaba a San Onofre, pero como entre éllos no habían reclamaciones y se entendían, no tenía ningún problema en prestarme uno. En la próxima cajilla, faltaría, pero yo sabía dónde estaban y quién los había puesto allí.

Tuve tres abuelas. Dos de sangre directa y la otra no. Todas distintas entre éllas.

De alguna manera, recordarlas ha sido regresar a un tiempo hermoso, en el que viví amada y cuidada, sin saber lo que después se vendría en mi vida.

Por la forma de ser, mi hermana es mucho más parecida a Abuela Celia que yo.

Físicamente, yo soy muy parecida. No podemos abortar de los genes.

Y lo que es más, no queremos abortar.

Si mi brújula tiene un Norte.....con seguridad marca a mi abuela. Esta última de la que he hablado, que tal vez, debería haber sido la primera.

Pero si esto ha sido así, con razón por algo ha sido.

Ella me acompaña siempre y a ella recurro día a día y la certeza es que...no la molesto...sólo me atiene porque estando donde está, sabe que las dos nacimos para encontrarnos y ser familia, amigas, compañeras...una abuela y una nieta, pero definitivamente hermanadas en el amor de Nuestro Padre.














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