miércoles, 10 de septiembre de 2014

UN DESENLACE ESPERADO Y TEMIDO



Así como todo tiene principio, también tiene final.
Así como un día empezamos nuestra vida juntas, llegó el día de separarnos, al menos físicamente, porque no existe nada en el mundo que pueda borrar en mí el recuerdo que ha dejado Morena.
Después de pasar cuatro días demasiado exigida, sobre todo los últimos dos, en la noche del 28 de Agosto me acosté, pero a la media hora me levanté y me vestí nuevamente.
Ella estaba inquieta, agitada. Finalmente todo su tema de mamas cancerosas hizo eclosión y a pesar de haberla operado nuevamente este febrero, ya no se podía hacer nada más.
Esa noche entablé un diálogo franco y apretado con San Francisco. Siempre le hablaba para que Él la ayudara, pero esa noche le pedí encarecidamente, le rogué hasta el cansancio que hiciera el milagro de que mi perra querida se fuera sin sufrir y sin que yo tomara esa decisión espantosa de poner fin a su sufrimiento.
Llegó la mañana y Morena seguía peor. Me había levantado resuelta a terminar con su padecimiento. Ella sabía tan claramente que yo andaba sobrevolando la escena de verla a mi lado, con sus ojos ya tristes y aparentando que nada pasaba, con el alma encogida.
Llamé al veterinario y acordamos que vendría a las tres de la tarde.
Qué horas horrorosas. Qué tristeza infinita se empezó a apoderar de mí. 
Seguía hablando con San Francisco. Quería la paz para mi compañera de todas las horas por once años pero no quería cargar con ese peso en mi conciencia de haber actuado como quien es dueño de vidas y muertes.
Pasó el mediodía y la maldita hora se acercaba.
A eso de las trece cuarenta, Morena que estaba sentada en la puerta de nuestro dormitorio se levantó rarísima, como queriendo correr. Pensé que quería salir al patio, pero no, dio una vuelta y se acostó a mi lado, en el sillón que nos cobijó siempre, pero del otro lado.
Siempre se acostaba a mi izquierda para que yo la acariciara y así estábamos ratos y ratos, juntas, una al lado de la otra.
Esta vez, se acostó del lado derecho y se murió. Así, sin vueltas. Se estiró y quedó quieta. Tuve apenas tiempo de mirarla y de mirar a mi mamá, para decirle en el momento….mamá, Morena se ha muerto.
Al momento, exhaló dos veces. Dos bocanadas chicas pero visibles se escaparon de su boca y allí quedó acostada para siempre mi Morena.
Yo le hablé despacio, despacito. Le agradecí todo el amor que me dio, le pedí que me perdonara por tantos paseos no dados, por tantos baños adeudados…le dije para que se fuera escuchando mi voz que siempre sería  mi Morena adorada de mi corazón. Le hablé y le hablé y le agradecí tanto a San Francisco por el favor que nos hizo a las dos.
Cada noche le agradezco…cada noche rezo su oración en homenaje a Morena.
Ella cerró su círculo a mi alrededor con su gesto ese Viernes 29 de Agosto de 2014.
Y si bien la extraño mucho, y la busco sin darme cuenta en tantas situaciones hogareñas, estoy feliz porque se fue a mi lado y en paz.
Esta sombra también nos ha abandonado pero su presencia es tan cercana y tan querida que sé, se ha convertido en un nuevo ángel que me cuida.



miércoles, 25 de diciembre de 2013

NAVIDAD DE 2013


Una nueva Navidad.
Otra vez asistir a ese nacimiento universal de nuestro Hermano.
Y por primera vez, una Navidad en soledad.
Toda aquella familia amada desde mi venida al mundo, está bastante mermada. El paso de los años sigue
siendo inexorable y se ha ido llevando tantos de esos amores que me enseñaron a vivir.
El paso de la vida me trajo este presente, que no me gusta, pero del cual no puedo abortar. Y no quiero hacerlo.
Las cosas no pasan porque sí. Todas tienen su sentido y oportunidad.
Mi amor por mi hermana sigue intacto. El de ella por mí no. Eso motiva que mi familia pase en compañía
y yo haya optado por quedarme con Morena, ese ser que no piensa, pero siente, y que con sólo mirarme
sabe lo que me pasa.
No soy mala compañía para mí.
Porque desde adentro sé muy bien quién y cómo soy. Sé las cosas que he hecho y las que he dejado de hacer. Sé de mi valor aunque no tuve nunca idea de mi precio.
Ahora sé que este es el precio a pagar por mi forma de ser.
Deseo para todos la mejor de las Navidades.
Deseo la familia unida, que en realidad, es el mojón fundamental de nuestra existencia.
Deseo que haya salud en todos. Que haya abundancia y prosperidad.
Deseo que nuestra Madre Tierra nos siga conteniendo y perdonando por todo lo que le hacemos.
Y deseo, para mí, recuperar los días sin dolor físico.
Será que en poco tiempo mi cadera casi destrozada sea suplantada por otra, artificial.
Ya no quedaré como de fábrica.
Pero necesito descansar un poco. Poder dormir sin que el dolor me despierte. Poder caminar, si ya no
con la elegancia de antes, por lo menos un poco erguida y lo dicho....sin dolor.
Feliz Navidad para todos, mucha paz, en el mundo y en el interior de cada uno de nosotros. Y armonía en el
trato con nuestros semejantes. Eso cada día falta más y debe ser lo que abunde.
FELIZ NAVIDAD....!!!!!!!

domingo, 28 de julio de 2013

UNA CARTA DE AMOR

Bisabuela:

Nunca imaginé que hoy estaría escribiendo una carta para ti.

Pero siempre llega, en la circunstancia de cada quien, el momento de ajustar cuentas.

Y yo quiero,  es decir,  necesito,  que te vayas al más lejano de los pasados.

Y esto,  es por nuestro bien común.

Descreíste de tu hijo.  Alguien,  con una dignidad y honradez que es difícil de encontrar. Tuviste la frescura de sumir en la desgracia familiar a mi abuelo.

Y es por eso que te escribo hoy. Para hacer justicia con él y para perdonarte por haber optado por familiares que sí te estafaron, que no abuelo Modesto.

Pero bueno, ya tú te habrás enterado quién era verdaderamente tu hijo.

Y pienso que no pocas lágrimas habrás derramado por haber maldecido a mi abuelo y a toda su parentela. Aún en ese estado,  que no terrenal, pienso en tu sufrimiento por haber sido tan injusta.

Yo soy familia de mi abuelo. Y él está presente en mis días actuales, porque fue él que me acompañó cuando era una niña,  sabiendo por sus historias,  del profundo amor que te profesaba.

Cuando uno puede pisotear lo mejor que tiene, con una dureza infinita, es que ya ha perdido las mejores referencias que nos han podido dar.

Y me lamento que no hayas tenido muchas.

Te casaste con una delicia de persona. Y querría creer que mi bisabuelo Estanislao fue feliz a tu lado.  Pero ya no es hora de saberlo.

Sí es hora para mí de terminar de creer en todo el mal que nos has hecho al maldecir a mi abuelo.
Tu sombra se ha llevado las cosas más preciadas para mí.

Y necesito perdonarte, porque , si así  no lo hiciera, tampoco tendría perdón para mí.

Signaste nuestro destino al olvidarte de lo que Modesto fue en tu vida.

Y yo no puedo cometer el mismo error.

Lo peor que me hubiera podido pasar, sucedió.

He perdido el amor de mi hermana que piensa y me lo ha dicho, soy una persona para el olvido, en el mejor de los casos. Tu mano se ve en esto.

Quiero recuperar mi autoestima. Ni tú ni mi hermana me pueden  convencer de que soy un ser infame.

Transitar la vida familiar ha sido un placer renovado.

Pero hoy,  yo no tengo una vida familiar. Porque la familia se ha ido haciendo chica, cada vez más, aunque mi bien más preciado sea mi madre, con la cual compartimos días, dolores, risas y llantos.
Cuando alguien, viceralmente, te destruye…encontrar de nuevo el camino se hace difícil.

Por eso, esta carta.

Con seguridad no es para decirte que te amo…aunque debería ser así.

Esta carta es para que las dos nos desentendamos de una vez y para siempre de que en algún momento hemos sido familia.

Yo te perdono,  y es cierto que es desde mi mejor entendimiento interno. También necesito que me perdones. Que te olvides de la familia que creó tu hijo, ese que tanto te amó.
Una barrera profunda te encargaste de crear entre mi abuelo y tu familia.
El, pudo, seguir con la vida,  y ser un ser luminoso al que lamentablemente no viste ni amaste. Y te lo perdiste y eso es casi…imperdonable.

Nos has quitado cosas muy importantes.  Y lo volviste a hacer.

Pero ya no más. Vuelves a tu lugar y yo vuelvo al mío.

Así que, bisabuela, es muy duro para mí no nombrarte con tu nombre, que como entenderás, conozco desde el pie.

Es muy duro, yo, que busco rastros, huellas y fotos de los míos, no poner en esto tu foto, que obviamente, tengo.

Pero a la oscuridad en que te has enterrado,  yo ofrezco un poco de luz.

A cambio te pido que ya no nos hagas más mal de que has hecho.

Ese debe ser nuestro trato.

Te quedas en un pasado que no reconozco. Ya no somos más nada entre nosotras.

Intenta descansar, de alguna manera, tranquila.

Es  lo mejor que te puedo desear.

Y, olvídanos.

No nos sigas castigando por algo que no pasó.

No te sigas llevando lo que me importa.

Nuestra historia en común se cierra aquí.

Yo te libero de mis iras. De la incomprensión.

Ocupemos de una vez y para siempre el lugar que tenemos.

Tú, allá, en donde estés.

Yo, aún aquí, recordando a mi abuelo, como el gran hombre que fue.

Sé que él descansa tranquilo, hizo todo lo que debía hacer desde su lugar en nuestro mundo.

Calzo mis zapatos con orgullo.

Jamás podría haber estado en los tuyos.

Pero ya basta…ya está bién…descansemos las dos.

Bisabuela…te perdono.

Esperaría que tú hicieras lo mismo conmigo.

Estás liberada y yo también.

Junto, uno a uno, los pedazos que han ido quedando de mí.

Sé que ya no nos veremos más.

Aquí se termina nuestra historia en común.

Mi deseo es que nuestros caminos sigan adelante.

Y sin dudas, será así.

Hasta ya nunca más, pero no olvides que debí poner lo mejor de mí para despedirnos y ya no lastimarnos.

Adiós.


lunes, 27 de mayo de 2013

ESTA VEZ SÍ ESTABAN


Mucho me he lamentado de no ver nunca a los pichones.

Aún y sabiendo que sí estaban. Pero mi paloma volvió en Noviembre, juntó unas ramitas del Ramo de Novia…rearmó su nido y ya poco más fue lo que vi.

Milagrosamente hoy, en el ciprés calvo que cuida la ventana de mi trabajo, había una actividad desconocida.

Allí, una paloma y dos pichones. Una Palomita de la Virgen y dos pichones gordos. Con la cabeza llena de plumas sin aún encontrar su lugar definitivo, como cuando uno se peina y cada pelo intenta tomar un rumbo diferente. Pero gorditos, con alas que empecinadamente buscaban estirar….y estiraban…alargándose sobre cada una de sus patas….sacudiéndose.

Ví cuando intentaban casi meterse en el pico de su madre paloma. Y ella, desesperada.

Hasta que llegó un momento en el que voló. Y se fue….ya no la ví más..

Y no la ví volver en todo el día.

Sí ví a los dos pichones. Como un calco. Sentarse en el suelo, bajo el árbol. Y estar juntos. En completa comunión. Sin siquiera sentir la necesidad de separarse.

Comer pastitos, creo que esperando. Y así pasó todo el día. Y yo, a cada poco, yendo hasta la ventana para verlos y vigilarlos.

Se han subido al árbol, porque ya pueden volar. Pero después, los dos juntos, bajo la sombra cómplice,  en un día de mucho calor.

Picoteando, descansando…juntos, como verdaderos hermanos.

De alguna manera, molesté tanto que logré que mi jefe les tomara algunas fotos, que espero poder poner en este relato. Contar con su complicidad fue algo bueno, porque él como yo, comprobó lo que los pichones hacían.

No volví ver a su mamá trayendo la comida que necesitaban. Sí ví que por cortar ramas de ese bello ciprés los pichones ya no estaban.

Y ahora pienso en ellos.

Es tan delgada la línea de la seguridad y el no tenerla. Somos todos tan vulnerables…tan tiernos, aunque nos revistamos de fortaleza.

Como siempre, mis palomas me siguen enseñando.

Y esta vez ha sido la Palomita de la Virgen…esa de la que tanto me contó mi abuelo.

La palomita tonta, que de tonta no tiene nada.

Que salió disparada a buscar alimento para sus pichones, porque desde el vamos sabe lo que significa tener hijos.

Que no tenía palomo para sufrir los embates de sus hijos, como tantas mujeres no tienen a sus hombres para que las ayuden en la crianza de los bebes que alegremente engendraron, juntos.

Y poder ver el milagro de la vida y del amor, sin importar raza o especie, me ha hecho sentir ese privilegio que siento día a día, y una vez más, honrar la vida, celebrando la magnífica creación que es nuestra Madre Naturaleza, que todo nos da, y a la que tan mal pagamos diariamente.

Como buena madre  nos perdona, aunque muchas veces nos da  un susto que debe ser como ese límite, que cada buena madre pone a sus hijos. O, por el bien de ellos, debería poner.

PD.:  todo esto ocurrió el viernes. Y pensé en los pichones todo el fin de semana. Hoy al llegar al trabajo, no los vi. Y quedé con cierta pena que rápidamente se fue cuando en una de las veces que me asomé a la ventana los vi, en una rama del ciprés, uno al lado del otro. Después los vi sentados también muy juntos en el pasto. Bien cerquita de donde caminamos, sin miedo y confiados.

Otra PD.: pasó toda la semana y un día sí y otro también, un rato sí y al otro también, recurrentemente,  los pichones han vuelto al ciprés. Ya suben más alto y ahora soy yo la que se estira para poder encontrarlos. El lunes llevaré arroz. Con la ilusión de encontrarlos y de paso, ayudar a la mamá paloma que ya debe estar flaquita de tanto vuelo para traerles la comida. Son muy perezosos, pero ya llegará el día en que sean ellos los que tengan su nido y sus pichones y se desvivan por protegerlos y alimentarlos. Sigo aprendiendo….


domingo, 26 de mayo de 2013

Qué te dijo el oso....?


Al cabo de los años, recurrentemente, ese cuento me ha rondado y muchas veces intenté reproducirlo sin poder lograrlo.

Mi abuela Teodora, la dulce abuela que crió a mi mamá, lo contaba.

Y el otro día hablaba con mi mamá del cuento y ninguna de las dos se acordaba realmente cómo era.

En realidad , son los deberes que a diario trato de ponerle a mi madre. Para que regrese, bucee dentro de sí misma, recuerde….es decir, siga con la vida que todo lo tiene.
 Porque este presente sin aquel pasado, no existiría.

Pero siento que el futuro, sin este presente, tampoco será.

Y al cabo de un día o dos mi madre me dijo….sabés cómo era el cuento del oso?

No mamá, no me acuerdo…..y ella me lo volvió a contar y para ya no perderlo lo pongo en letras.

“Eran dos niños caminando por un bosque. En determinado momento apareció un oso enorme y uno de ellos logró subirse a un árbol, dejando a su compañero abajo,
lacerado por el miedo.

El niño que quedó sin protección se tiró al suelo.  Quietito, sin moverse, se hizo…el muerto.

El que estaba en el árbol, a salvo, vio cuando el oso se le acercó y empezó a husmearlo.

El del suelo, como si estuviera verdaderamente muerto, más que quieto.

El oso se cansó…olió un poco más y se marchó.

Rápidamente el niño que estaba en el árbol bajó y le preguntó:

Qué te dijo el oso al oído?

Y el niño le contestó:… me dijo que el que abandona a un amigo en peligro es un cobarde!”

Nuevamente aprendí la lección que este bello cuentito me había enseñado cuando yo era también una niña y mi mamá era una mujer muy joven.

Y me sigue pareciendo increíble los mensajes que nos dejan los humanos que nos rodean.

Mi querida abuela Teodora le legó a mi mamá este cuento y ella lo recordó para mí sólo por darme felicidad y para no dejarme olvidar ninguno de los valores que mis padres me dieron.

Las pérdidas a veces, no nos dejan dolor. Sólo tristeza.

Esta vez tengo de las dos.

Pero como mi papá me dijo…..todo pasa,   sé que este dolor profundo y esta tristeza infinita también pasarán.

Y sé que volveré muchas veces a este oso que tanto me ha enseñado.

Y sé que llegará el momento de recordarlo sin ponerme a llorar.




lunes, 4 de febrero de 2013

EL NEGRO



(el padre de Morena)

Enero parecería ser un mes marcado por los encuentros.

Una de esas noches hermosas, festejábamos el cumpleaños de mi padrino.

Entonces....amigos, parrilla encendida, tragos, risas, cuentos, familia y todos reunidos bajo la luna y el cielo estrellado...con el calor veraniego de esa noche de Enero, con el calor de la parrilla cargada de achuras y asado y con el calor del amor....ése, que por ser cotidiano, ni siquiera reparábamos en su existencia.

Una noche perfecta,  en medio de la cual irrumpió....el Negro.....

Perro espantoso si los hubo....cachorro apaleado, esquelético y blanco de sarna.

Malo...ladraba muy enojado. Pero no malo de maldad instintiva....malo sin poder reconocer actitudes amistosas en los que seríamos, en adelante, sus dueños.

Con seguridad por haber sido castigado y lo que es peor, abandonado por sus amos.

Pasó el tiempo y cada 21 días una pastilla milagrosa iba recuperando su pelaje espléndido.

Y así se quedó entre nosotros, con una facilidad para la destrucción de cada cosa que encontraba a su paso, que volvía loca a mi madre.

El galpón de la carpintería de mi abuelo supo a fondo de sus histerias y locuras y aquel piso de tierra apisonada dejó lugar a una visión loca de un volcán con varias erupciones.

Cada cráter fue llenado a su antojo con los despojos de cada cosa que pasó por su boca y sus patas.

Era un perro guardián. Su ladrido se imponía en la noche.

Lo que nunca supieron los eventuales ladrones es que era una miel reaccionando a una caricia.  Se derretía.

Se moría por los mimos y ni que hablar, por entrar a la casa,  guarida de las otras perras que componían nuestra querida jauría. Colita y Diana.

Colita vino con dos meses a ocupar el lugar que había dejado vacío otra perra muy querida y que había muerto recientemente.

Diana encontró en mi casa lo que en ese momento parecía su hogar definitivo.

Y llegó con todos sus temas. Su humildad. Su cariño. La joven edad que la dejó marcada.
Así que el Negro tenía con quien jugar.

Y salir de expedición por los campos vecinos y volver empapado hasta las orejas por haberse metido en un tajamar o con un olor insoportable por haberse revolcado en cualquier cosa muerta que encontrara en su camino.

Era un perro compinche.

Aunque toda su amistad se terminaba ante el plato de comida.

Ahí sí.. no reconocía nada....ni siquiera la mano de mi mamá, que salía de la casa con su plato, lo ubicaba en algún lugar y salía escapando de unos gruñidos que metían miedo.

Un día de Nochebuena tuve la mala fortuna de pasar por sobre él con el auto.

 Tenía la costumbre de correr adelante, apenas volteando para ver cuán cerca estaba y seguir corriendo.

 Habían tirado un tronco en el camino ....y el corría sin parar....se dio vuelta y no lo vio.....se enredó y yo no pude parar.

Sentí que lo arrollaba y seguí apenas.

Ví como corría desesperado para la casa con su pata delantera derecha dando vueltas como las aspas de un molino.

Y volvió a esconderse en el mismo lugar que eligió aquella noche de enero, para quedarse, pero esta vez...para sufrir su dolor.

En esa oportunidad tuvo licencia de entrada a la casa. El dolor que tenía en su pata quebrada no pudo empañar la emoción que sentía por, finalmente, haber accedido al lugar de los elegidos.

La estadía duró lo que su enfermedad. Cuando estuvo curado nuevamente debió quedarse afuera y aunque mucho lo lamenté, era una decisión sin ninguna clase de discusión.

El tiempo fue pasando y con él llegó el momento en que el Negro ya era uno más de la familia.

Pero el tiempo siguió pasando y un día mi padrino se fue, definitivamente.

Y quedamos solas,  las mujeres y también, los perros.

Las vueltas de la vida y el mal proceder de la gente hicieron que debiéramos abandonar nuestra casa.

Deshacer años de vida fue la peor tarea que le tocó a mi madre.
Regalar, malvender, dejarse robar...en fin....en poco tiempo debíamos irnos y era una casa grande con las cosas que se van juntando al cabo de la vida.

El peor problema que enfrentamos fue qué hacer con el Negro.

Diana se iba a la casa de los suegros de mi ahijada.

Colita se venía con mamá a la casa de mi hermana.

Y el Negro....a dónde se iría el Negro...?

Mágicamente unos primos muy queridos nos lo pidieron. Sabíamos que lo amarían con el amor que él necesitaba.

Y llegó el día en que ví cómo se iba.
Aquel perro loco y alborotado, imposible de domesticar, acostumbrado a las carreras libres, a campo traviesa....subió, mansamente, al asiento de atrás del auto.

Y allí sentado, en medio de las dos cabezas de mis primos...se fue tranquilo con sus nuevos amos, recortando esa estampa imborrable en la casi oscuridad de la nochecita.

Me olvidé decir que esos mismos primos que son los amos de nuestro querido Negro y que dieron tranquilidad a mi alma atribulada por el problema que él planteaba...fueron los mismo que un día frío de invierno nos trajeron a Colita.

Tan chiquita.... que una astilla para la estufa era más grande que ella.

Y que nos hizo tan felices como ahora el Negrito, los hace a éllos.



 (otra de Nuestras Sombras se ha ido para siempre)

Junto con la Pope(Pompeya) el más loco y destructor de todo.
También, uno de los que más reaccionaron al afecto humano.
Fue el que se vino con nuestros primos Godo y Eva, a una nueva casa y a una nueva vida y por un buen tiempo fue así.
Pero Eva se fue, un día y sin aviso. Y Godo pervive en un mundo perdido, sin conexión alguna con la realidad.
Y como era previsible, el Negro también se enfermó.
Y en este Diciembre de 2012 lo han puesto a dormir para siempre.
Ese loco, descerebrado y amoroso al cual arrollé con el auto. Ese, que fue inmensamente feliz cuando mi mamá dejó que entrara finalmente, a la casa, y sólo mientras durara su convalecencia. Ese, que cuando fuimos a visitar a mis primos, un día, no me dejaba caminar, enredándonos entre nosotros mismos, entre palabras mías y mimos, de él.
Nuestro cometido es permanecer en Luz. En la oscuridad, hasta nuestra propia nos abandona……cómo no se iban a ir, de a poco, Nuestras Sombras…



domingo, 6 de enero de 2013

CIRUELAS AMARILLAS









Hoy compré ciruelas.

Amarillas o rojas, me preguntó una voz desde el super….Para mí siempre fueron cristal o moradas, pero todo cambia, hasta el nombre de las ciruelas.

Y hoy hablé con Rosario. Ella tenía cuatro o cinco años cuando vino a vivir a la chacra de al lado de la nuestra. Ella con su hermano, su mamá, su tío, sus abuelos y su bisabuela, personaje si los hubo.

Y fue ella quien me dio el tema de hoy, hablando de los ciruelos de casa y de la zona lindera entre los dos terrenos, de cipreses.

Esos árboles altos y alineados eran la mejor sombra en el verano. Hasta allí nos movíamos con todo lo imaginable para almorzar. Mesa, sillas, plastos, vasos, cubiertos, bebidas, heladerita y la correspondiente comida del día. Lo único molesto de los cipreses, ese lindo lugar de reunión familiar, eran las moscas. 

Plato que aterrizaba en la mesa y enjambre de moscas que lo hacía en el mismo preciso momento.

Pero el fresquito que generaban los cipreses era algo a lo que no se renunciaba fácilmente. Sobre todo después de almorzar.

Ese era el momento de caminar hasta la casa y proveernos de almohadas y almohadones, frazadas, colchones, acolchados…todo como para hacer la siesta que se imponía.

Los cipreses tenían una especie muy particular de susurro. A veces era mucho más que eso, pero siempre daban la sensación de que había agua cercana, como el batir del mar contra la costa. Y eso producía un frío adicional que aceptábamos agradecidos en medio de la temperatura reinante y muchas veces sofocante. Y muchas veces debíamos taparnos con algo liviano porque la sensación de frío era intensa, pero nadie pensaba en moverse de allí.

Y hoy Rosa se acordaba de aquellos cipreses que tantas veces nos encontraron juntos.

Y también nos acordábamos de las ciruelas. Era muy lindo el montecito y las ciruelas hermosas y enormes. Hoy, las que compré, además de amarillas son como bolitas, en algún caso,  como aquel bochón añorado por los varones que jugaban a la….bolita….. cuando yo era también chica.

Lo increíble era que mi mamá nunca pudo comer una sola ciruela sin tragarse el carozo. Era algo que nos enloquecía, porque tragar, bueno….de alguna manera era fácil tragarlo, pero el recorrido que iniciaba aquel carozo por dentro de mi mamá, hasta su definitiva salida, era largo y tortuoso.

 Lo peor es que no se comía una ciruela y listo….no. Comía muchas y eso siempre nos asustaba. Por suerte nunca le pasó nada y todavía puede contar el cuento.

Ese monte de ciruelos, pasando el tiempo y el descuido, devino en unos árboles secos y raídos.

Fue una suerte que fuera así para cuando un incendio feroz llegó casi hasta las puertas de mi casa.

Entró por ese lugar y de haber estado los árboles como los habíamos conocido, otro hubiera sido el cantar.

Sí recuerdo que esa noche casi no dormí, mirando por una ventana, y viendo reventar casi a raíz del suelo, las raíces de eses lindos ciruelos, prendidas fuego y renuentes a apagarse y darme un poco de paz.

Igual quedaron unos pocos cerca del galpón de la carpintería de mi abuelo.

A ellos recurrieron las abejas para abastecerse del polen con que hicieron una colmena dentro de un sillón de terciopelo rojo y desteñido que estaba dentro del galpón.

Pero a esa historia ya la he contado y no me detendré en esa matanza que aún me duele.

Hoy recordamos con mi amiga aquellas maravillosas ciruelas y aquella bendita sombra con frío incluido,  de los cipreses.

Pasaron muchas cosas después.  Algunas muy tristes.  Otras muy injustas.

Pero hoy no es el día de recordarlas, porque además es día de Reyes Magos y siempre de una manera u otra consiguen que su magia llegue hasta mí.

Esta vez, disfrazada de ciruelas cristal y moradas y de la mano de un ser al que amo profundamente y para siempre.