martes, 22 de noviembre de 2011

RECOGER LOS HUEVOS

Esta es otra foto del tajamar donde tanto vivimos.
Mi papá en el agua, y mi prima Mabel y yo, no en un cajón de verdura, Mabel....no...era una caja de madera de una máquina Singer de coser....
El hombre de sombrero sentado es padrino y el que está a su lado, de bigotes y lentes, es mi tío Teto. De izquierda a derecha, mi abuela Margarita, mi mamá, Margara, una prima muy querida de la familia, mi tía Nelly, sentada, mi tía Mirta y abuela Celia....
Atrás del tajamar se ve uno de los gallineros...era el Chileno, así se llamaba y nunca supe por qué...ahí y al otro yo iba a recoger los huevos....y así esta historia para compartir con ustedes...

Así, como compartía con mi abuelo, todo lo que tenía que ver con las vacas y sus crías, también integraba el  plantel de control de posturas, y también debía recoger los huevos, si así me tocaba.

Vivíamos en la avícola Cristina y el tema fundamental eran..... las aves.

Recuerdo un día, en que mi hermana era muy chiquita, de cochecito, en que mi mamá salió de la casa para hacer el control y recoger los huevos.

Yo también era chica.

Y mi mamá se fue a hacer lo que debía y me dejó cuidando a Alicia.

Con tal mala suerte que mi hermana empezó a llorar, desconsolada.

Yo, haciéndome la grande, empecé a mover el coche como acunándola, con la esperanza, tal vez, de que se callara.

Pero lo moví de tal manera que me quedé encerrada, en uno de los dormitorios, con el coche atracado, mi hermana chillando y yo....desesperada!

También empecé a llorar.

Cuando mi mamá regresó con los famosos huevos, Alicia lloraba y yo también...las dos, desconsoladamente.

Y acá vendrán las debidas justificaciones. Si mi hermana era de coche y si yo le llevo tres años y medio, yo debería tener cuatro años.

Demasiada responsabilidad para tan poca gente.....je!

Pero fuimos creciendo y yo sabía controlar y obviamente, recoger los huevos.

Un día mi mamá me mandó a hacer eso.

Pero parece que desde siempre yo intenté quedarme con la última palabra. Y rezongaba por lo bajo.

Tal vez luego, me volví más razonable...pero era de rezongar...

Y rezongaba, y seguía rezongando.

Mi mamá que era muy jóven y con demasiadas responsabilidades, callada.
Yo rezongando por lo bajo. Y seguía...

Pero me temo que no era tan por lo bajo, porque ella me iba oyendo.
En determinado momento, parecería, que aún rezongando, resolví que no había otra cosa que hacer que juntar esos huevos.

Agarré el canasto y salí de la casa. Siempre hablando por lo bajo.

Me hubiera salvado de lo que vino,  si hubiera sabido el lenguaje de los mudos..

Estaban los losones en el patio...un poco más allá, el árbol con nuestras hamacas...

Al costado de ese árbol...un montecito de cañas.

Era lindo el montecito.

Allí nos metíamos para jugar, perdida nuestra estatura en la altura de aquellas benditas cañas.

Y pasando al lado de las cañas, escuché un....crac....como que alguien había roto una de esas lindas y altas cañas.

Y era tal cual.

Ese alguien era mi mamá, que harta de escucharme, vino a demostrarme quién mandaba en casa.

Hizo mondadientes con esa caña....los cortó uno a uno, en mis piernas.....y no me acuerdo de dolores....pero con certeza recuerdo claramente la humillación que sentí.
Nunca más reclamé al tener que recoger los huevos.

Esta anécdota quedó para la historia.

Porque una de esas vecinas nuevas que han sido nuestras amigas de toda la vida, le dijo a su mamá lo mala que era mi mamá al castigarme de esa forma.

Cuando volví, después de hacer el control, trayendo los huevos, la caña rota en mí, ya era una historia olvidada.

Fue la primera vez y la única que mi mamá me pegó.

Después,  esta mujer que amo y que amaré por toda la eternidad, volvió sus castigos muchos más sofisticados.

Después,  vinieron las penitencias.

Y aunque las disfrutaba enormemente, dos de esas tres semanas que pasé guardada en el dormitorio, después de ir a la escuela y almorzar, fueron injustas.

Pero ni modo....las pasé guardadita y sin chistar.

Se ve que lo mío siempre estuvo direccionado a los papeles, a los escritorios.
Siendo muy chica, mis Reyes Magos me dejaron el primero que tuve.

Propio,  de toda propiedad.

Y allí tenía los cajones arreglados con todos los papeles...lápices y colores.

Hojas “Tabaré”, todas las libretitas imaginables... contornos de mapas del Uruguay....figuritas con brillantina para los deberes.

Y allí los hacía.

Siempre en casa habían libros.

Lamento la pérdida de uno, enorme, que tenía parte de la Historia Universal y en el que sumergía todas las veces que podía.

En realidad, era mi libro de penitencias. Aunque no creo que los Visigodos y el Imperio Austrohúngaro se hubieran enterado de mis pesares.

Semana que llegara para estar guardada,  y libro que salía a la superficie...

Sería que lo tenía escondido, para que me acompañara cuando llegaba la hora del silencio?

No lo sé, como tampoco supe que fue de ese incondicional amigo que me acompañó no pocas veces.

La penitencia era una parodia que armaba mi mamá.

Me levantaba a la mañana, desayunaba y a la escuela.

Al mediodía volvía, y almorzaba.

Iba al baño y derechito al cuarto. Antes de tomar conciencia de que estaba en penitencia, había una siesta.

Reparadora,  de tanto dolor!!!!!!

Después de la siesta, encierro.

Me quedaba en el dormitorio de mis padres. Tenía una ventana.

Al otro lado, mis amigas estaban porque aunque yo estaba penada,  éllas seguían viniendo.

Y......jugaban con mi hermana.

Ella, en eterna libertad. Yo, confinada como cualquier reo.

Nos hacíamos adiós por el vidrio y si mamá las veía, en esa comunicación sutil, las espantaba....

Y allá me quedaba yo, sin los juegos habituales de las tardecitas, pero enredada en esas tantas historias que leía y mucho más...imaginaba.

Volver a la vida normal era como si liberaran a algún francés revoltoso que hubiera parado en La Bastilla....

Y de nuevo todo comenzaba.

Sin rencores, ni traumas....aunque debería consultar a algún especialista. Me resulta increíble que con esas penas que mi mamá me dio...yo siga amándola como el primer día.



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