En estas vísperas,
va, como en el año anterior, mi saludo amoroso para todos.
Me llamó la atención
el año pasado y me ha llamado también la atención este año.
Me refiero
especialmente a las personas que entran en el blog para leer.
Y es ese relato de
navidad de mi infancia una de las cosas más leídas llegando estas fechas.
Y me pregunto por
qué.
Pienso tal vez, que
muchas de esas personas han tenido
navidades parecidas a las mías.
Ésas, inigualables,
que compartimos con nuestros mayores y con nuestros amigos. Ésas, que tenían
una magia y una ilusión incomparables. Ésas, que muchas veces vuelven a
nuestros recuerdos, creando una nostalgia y una melancolía que en verdad se
parecen mucho a la tristeza pero que definitivamente no lo es.
Nada de lo que hay
hoy, había.
No existían los
shoppings multitudinarios, acaso alguna tienda importante a la que
visitábamos en ocasiones muy especiales.
No existían los
apuros ni los empujones. Y mucho menos existía el mal humor.
La gentileza en el
trato, era el pan de todos los días y en
eso, mi abuelo Modesto era realmente un
maestro. Nunca conocí a nadie tan gentil
como él.
No existían los
choques absurdos ni las muertes más absurdas, aún. Sería tal vez, porque había
pocos autos. Hoy, y sin temor a equivocarme, creo que hay más autos que gente.
Al menos así es en mi Montevideo.
Cuando aquellas
navidades y en el campo, que por otra parte era muy cercano a la ciudad, ver
pasar un auto por la carretera era como una aventura, a la que esperábamos
adecuadamente sentadas en unos tubos grandes de cemento que se utilizarían para
hacer la entrada a la avícola.
Nunca se utilizaron…sería porque siempre se pudo
entrar y salir de ella sin ninguna clase de problemas. Tal vez algún auto se
empantanó, pero eso, lo que hacía en realidad, era ponerle un poco de sal a los
tranquilos días que vivíamos.
No existía el afán
enfermizo por comprar, por tener, por mostrar.
Simplemente, éramos
.
Y mucho más que eso,
éramos libres.
Si alguna penitencia
nos ataba, era por un ratito. La libertad siempre fue nuestro bien más
preciado. Comprobar eso, pasando el
tiempo, fue una de las razones de ser felices.
Y esa felicidad
natural, intrínseca a cada uno de nosotros, de alguna manera nos indicó que
para serlo, que lo éramos con muy pocas cosas, sí había algo que también era el
pan diario.
Eso fue la libertad.
Sin ella, hubiéramos sido como estos
niños de este tiempo.
Inconformables, manipuladores, sin afán de conocimientos, mucho menos de aventuras.
Irremediables obesos
a futuro, aunque muchos ya lo sean. Pálidos, sin lastimaduras, ni marcas que dejaron
juegos muchas veces peligrosos. Claro, el peligro era un árbol, o un ternero
que corría desbocado, o un tajamar que cedía en sus bordes para tumbarnos en
él.
También es cierto que
siempre había muchos ojos, mirándonos. Mirando y cuidándonos.
Pero sin muchas
palabras altisonantes. Nos dejaban ser.
Por eso será que
aprendimos todas las lecciones desde el pie.
Y bueno….así ha
pasado el tiempo y la vida.
Nada es como antes. Esto
dicho desde la emoción y no desde el dolor.
Entonces, privilegiar
la Navidad como un momento de comunión con la gente que tenemos, con la que ya
no está, pero sí, indeleble en el recuerdo;
con todos los afectos y nuestros amores. Estén donde estén.
Y sobre todo recordar
que a quien festejamos no está físicamente,
pero sí en el hogar de cada uno de nosotros.
Y más que nada debe
estar en cada uno de nuestros corazones.
Ha llegado la hora de
manejarnos desde y con el amor. Ese debe ser un norte en nuestras vidas, mucho
más cuando perdemos la brújula que nos guía.
En las noches
estrelladas y oscuras, en este hemisferio, la Cruz del Sur siempre ha sido un rumbo a seguir.
Celebro que podamos
aceptar con humildad todo lo que el Universo perfecto nos da.
Por sobre él, y a
como cada uno le llame, permitamos que esa fuerza Suprema sea quien guie
nuestros pasos.
A veces estamos tan
cansados, que no nos viene mal esa ayuda que está al alcance de nuestra mano y
de nuestro corazón, pero que tantas veces no queremos admitir.
Feliz Navidad para
todos.
Va por ustedes y con
todo mi amor.
Y especialmente para
mi mamá y para mi hermana. Para mis sobrinas. Para Paul y para César. Para
Francisco, María Eugenia y también para Germán, a quien esperamos con amor y
ansiosos. Para Mabel. Para mi tía María
y para Lilián.
Para Gerhild, mi
hermana de los tiempos y de muchas vidas.
Para Sol, mi amiga
del alma y de esta vida.
Para Esther, mi
famosa comadre, protagonista de no pocas historias de la niñez. Y que deberá
acompañarme a los Buenos Aires a recibir la mención que me han otorgado por dos
relatos y que integrarán una antología…quién lo diría…no?
En realidad es para
todos, pero esta gente ha sido y es parte de mi vida misma.