Fue regresar a ese país del nunca jamás, en el que todos vivimos alguna vez, pero que ha quedado tan lejano.
Siendo ya una mujer, lloré al entender que ya no podíamos volver a él. Fue un gran consuelo ver que mi papá también lloraba.
Hoy, de nuevo, ví en televisión, una de las historias de aquel Peter Pan, eternamente niño, divertido, las más de las veces irresponsable, pero siempre solidario con sus compañeros de correrías.
Ningún malvado pirata pudo detenerlo. Llegó fácilmente a todos los tesoros. Claro, contaba con todos los niños perdidos, que sin duda se han encolumnado tras un héroe loco y sonriente.
Pero lo que Nunca perdió Peter fue la confianza, Jamás perdió la fé. Y siempre creyó en las Hadas. Hasta hoy mantiene a su hada personal, esa inefable, celosa y luminosa Campanita.
No quiero creer que mi país se convierta en el país del nunca jamás.
Y para de verdad no creerlo debería perder la memoria de lo hermoso que ha sido.
Porque siempre ha sido una bendición ser parte de esta nación y de mi pueblo.
Sólo que ahora cuesta bastante reconocer a este país como el mío.
Todo cambia y es bueno que sea así. Pero los cambios que hoy son tan presentes son demasiado malos para ser verdaderos.
Uno no logra entender qué es lo que mueve a la gente. Porque yo no puedo comprender qué es lo que hace que un padre le haga fumar marihuana a un niño de dos años. Bueno, no fue fumar. Fue bastante peor. Fue soplar repetidas veces, vaya uno a saber cuántas, el humo sobre un angelito, para que no molestara y se durmiera.
Yo no puedo entender cómo se hace para golpear a una bebé de veinte meses sin que se te caiga la mano y te retuerce tu conciencia. No puedo.
No puedo comprender la violencia desatada en casi niños, apenas adolescentes.
No puedo entender la frescura con la que después declaran, como si simplemente, hubieran pateado una piedra en la calle.
Los ánimos demasiado prontos. Ajustes de cuentas. Palizas, robos, balazos perdidos y no tanto, homicidios. Todo, todos los días, sin descanso.
Nada que nos conecte con aquella bucólica tranquilidad de un pago grande, nada que nos recuerde el respeto que teníamos todos por todos.
Nuestros hermanos Mayas han profetizado el fin de una era en este 2012.
Y tal vez éstas sean señales de lo que ya está acá.
Nuestra amada madre Tierra también reacciona. Y son terremotos, tsunamis, huracanes, deslaves, inundaciones. Pero persistimos en dañarla, como persistimos en matarnos entre nosotros.
Tiemblan las economías y caen modelos económicos. El primer mundo con todas las posibilidades de convertirse en un mundo nuevo, en donde la eterna fiesta ha empezado a terminarse.
Y con números macro super alentadores, nuestra sociedad también se tambalea y no encuentra el rumbo.
Yo necesito volver a mi país. Al que conocí.
Yo quiero aquella vieja paz, aquella tranquilidad que era cosa cotidiana.
Quiero salir sin miedo a la calle. Quiero que los gurises tengan otro norte que no sea la ropa, los mp3, los televisores planos y con HD y todas las lindezas con que los padres se dejan chantajear.
Quiero la vida compartida y con contenido. Quiero las reuniones familiares y la mesa grande del domingo.
Las quiero para todos porque yo las tuve, y no quiero pensar que estén en el país del nunca jamás.
Hemos resignado y condenado al pasado irreconquistable todo lo mejor que teníamos.....hemos perdido para siempre la inocencia.
Creo que ya va siendo tiempo de creer nuevamente en las hadas.
! Qué bueno Cristina ¡ Estoy de acuerdo contigo.
ResponderEliminarNo podemos volver al país de Nunca Jamás,pero como tu dices, volver a la mesa en familia, eso falta. Una mesa simple, llena de afectos. Perdimos los valores..
¿los perdimos?
besos Mabel
No Mabel, no creo que los hayamos perdido...pero andan más desnorteados que nosotros...El tema es corregir el rumbo y poder volver a las buenas cosas de antes sin renunciar a las buenas del presente. Debe ser muy injusto para la balanza inclinarse para el lado no debido y eso, si las balanzas, razonan.....je! Que la de la Justicia ya sabemos en qué anda....
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