Y
como vengo de sorpresa en sorpresa, hoy me llevé otra.
Un
día demasiado caluroso y una heladería enfrente de mi casa. Así que fue
irremediable que no me mandara una cruzada de calle para comer mi rico
chocolate con almendras (para qué comer de limón, si con el calor que hace y el chocolate me
puedo brotar a voluntad?)
Al
cruzar la calle, del otro lado, había un auto estacionado. Adentro, una pareja
joven.
El
muchacho me mira con insistencia, demasiada, y se sonríe. Termino de cruzar y
al ver que él seguía sonriendo, yo también sonreí.
Entré
en la heladería y al momento ellos, atrás mío. Imposible no hablarle, mucho
menos cuando él ya se encaminaba, sonriendo de nuevo, a hablarme, también.
No
creo que te acuerdes de mí…dijo.
La
verdad es que no….contesté.
Y
me explicó que él vivía, hace quince años, en el apartamento que está sobre el
mío.
Ahora
tiene veintisiete años. En ese momento, doce…cómo recordarlo?
Pero
después recordé y en el momento le pregunté si, cuando vivía allí, venía a casa a ver futbol conmigo.
Y
se quedó contento porque yo también lo recordaba. Éramos muy compinches y
muchas veces vino a casa a ver esos partidos que nos hacían saltar, eufóricos o
nos ponían deprimidos, si nuestro cuadro perdía.
Si
bien pasaron quince años no he cambiado demasiado. En él, el cambio es notorio.
Se fue de aquí siendo un niño y hoy lo encuentro hombre.
Fue
un lindo momento. Claro, después seguí recordando.
En
el apartamento siguiente al de él, vivía una pareja de españoles con su hijo.
Eran de la misma edad o casi. Este otro chico también venía a casa a ver
futbol.
Muchas
veces jugaban de ventana a ventana sobre mi patio. En ese momento había, para
jugar, algo gomoso, parecido a la plasticina, pero mucho más líquido. Feo,
asqueroso. Ellos, de ventana a ventana
se tiraban con esa goma chirla, que pegada en la pared, empezaba a escurrirse
hacia abajo…muy fea, desagradable.
Por
años quedó pegada en la pared, en recuerdo de mis amigos chicos con los que
compartí muchos ratos alegres.
Los
españoles que vivían con su hijo, vivían en mi país por segunda vez.
En
la primera, habían apresado al padre de
mi amigo porque era uno de los famosos
etarras que fueron extraditados de mi patria, generándose el día de su partida
un jaleo de tal magnitud que se llevó puesto la vida de uno de los tantos que
fueron a manifestar para que no los llevaran.
Fue
una noche negra. Un operativo armado y pensado en todos los detalles. Los
llevaban desde el Hospital Filtro directo al aeropuerto de Carrasco. Casi todos
enfermos. Y por un camino que el periodismo no pudo identificar.
Y
con ello se rompía una tradición de cobijo de la que mi país ha hecho gala
desde el origen de los tiempos.
Es
claro que el hecho se tornó político. Todos habíamos tomado algún partido en
él. Los que estaban de acuerdo en repatriarlos. Los que no estábamos de
acuerdo. Se había creado una mística especial en torno a ellos. Acá llevaban
una vida, aparentemente, tranquila. Esta persona que vivió después acá, era cocinero. Por favor….desmayo tras desmayo
al sentir los olores cuando cocinaba en su casa.
Pero
lo verdaderamente cierto es que eran responsables de no pocos atentados y de
muchas muertes.
A
alguno de ellos lo llevaban en camilla. Se trasmitió todo por televisión. Ya ni
me acuerdo a qué hora de la madrugada partió por fin aquel avión y nos quedamos
tristes, decepcionados y lo que es peor, con un muerto que con seguridad fue,
con su mejor intención, a manifestar por lo que creía justo.
Muchos
más tristes y decepcionados quedamos al día siguiente al ver los informativos.
Ya
habían llegado a España. Bajaron, caminando los tres, sonrientes y alegres, con
una Coca Cola en la mano. Otra fotografía más en mi memoria.
Acá,
velábamos a nuestro muerto.
Pasando
unos pocos años regresaron y vivieron en el departamento siguiente al de mi
amigo.
Después
de irse no supe de ellos, sino hasta muy poco tiempo.
Fue
en este año que leí que este señor estaba preso en una cárcel española, ya ni
me acuerdo por cual atentado.
También
fue en este año que leí que se había suicidado en la cárcel.
Hay
cosas que nos quedan marcadas a fuego. Como aquella noche, en que después de
una pelea feroz entre estos españoles, me apoyé en el marco de mi ventana, a
escuchar.
Era
muchas veces el centro de las peleas mi otro amigo niño, que ya había entrado
en la adolescencia y se había convertido en un jovencito bien bello.
Estaba
todo a oscuras. Mi dormitorio, y arriba,
el departamento de ellos. Por algún motivo levanté los ojos hacia su ventana.
En
ese marco, y también a oscuras, se recortó la figura de este hombre, apoyado
también en su ventana y mirándome, en la tenue oscuridad, aclarada por el
brillo de la noche.
Una
retirada silenciosa y vergonzosa fue la que hice.
Sería
tal vez porque aún no había conocido a mi paloma amiga…esa tan tierna, que entre
tantas lecciones que me dio, también me enseñó a ser discreta.
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