Mucho me he
lamentado de no ver nunca a los pichones.
Aún y
sabiendo que sí estaban. Pero mi paloma volvió en Noviembre, juntó unas ramitas
del Ramo de Novia…rearmó su nido y ya poco más fue lo que vi.
Milagrosamente
hoy, en el ciprés calvo que cuida la ventana de mi trabajo, había una actividad
desconocida.
Allí, una
paloma y dos pichones. Una Palomita de la Virgen y dos pichones gordos. Con la
cabeza llena de plumas sin aún encontrar su lugar definitivo, como cuando uno
se peina y cada pelo intenta tomar un rumbo diferente. Pero gorditos, con alas
que empecinadamente buscaban estirar….y estiraban…alargándose sobre cada una de
sus patas….sacudiéndose.
Ví cuando
intentaban casi meterse en el pico de su madre paloma. Y ella, desesperada.
Hasta que
llegó un momento en el que voló. Y se fue….ya no la ví más..
Y no la ví
volver en todo el día.
Sí ví a los
dos pichones. Como un calco. Sentarse en el suelo, bajo el árbol. Y estar
juntos. En completa comunión. Sin siquiera sentir la necesidad de separarse.
Comer
pastitos, creo que esperando. Y así pasó todo el día. Y yo, a cada poco, yendo
hasta la ventana para verlos y vigilarlos.
Se han
subido al árbol, porque ya pueden volar. Pero después, los dos juntos, bajo la
sombra cómplice, en un día de mucho
calor.
Picoteando,
descansando…juntos, como verdaderos hermanos.
De alguna
manera, molesté tanto que logré que mi jefe les tomara algunas fotos, que
espero poder poner en este relato. Contar con su complicidad fue algo bueno,
porque él como yo, comprobó lo que los pichones hacían.
No volví ver
a su mamá trayendo la comida que necesitaban. Sí ví que por cortar ramas de ese
bello ciprés los pichones ya no estaban.
Y ahora
pienso en ellos.
Es tan
delgada la línea de la seguridad y el no tenerla. Somos todos tan
vulnerables…tan tiernos, aunque nos revistamos de fortaleza.
Como
siempre, mis palomas me siguen enseñando.
Y esta vez
ha sido la Palomita de la Virgen…esa de la que tanto me contó mi abuelo.
La palomita
tonta, que de tonta no tiene nada.
Que salió
disparada a buscar alimento para sus pichones, porque desde el vamos sabe lo
que significa tener hijos.
Que no tenía
palomo para sufrir los embates de sus hijos, como tantas mujeres no tienen a
sus hombres para que las ayuden en la crianza de los bebes que alegremente
engendraron, juntos.
Y poder ver
el milagro de la vida y del amor, sin importar raza o especie, me ha hecho
sentir ese privilegio que siento día a día, y una vez más, honrar la vida,
celebrando la magnífica creación que es nuestra Madre Naturaleza, que todo nos
da, y a la que tan mal pagamos diariamente.
Como buena
madre nos perdona, aunque muchas veces
nos da un susto que debe ser como ese
límite, que cada buena madre pone a sus hijos. O, por el bien de ellos, debería
poner.
PD.: todo esto ocurrió el viernes. Y pensé en los
pichones todo el fin de semana. Hoy al llegar al trabajo, no los vi. Y quedé
con cierta pena que rápidamente se fue cuando en una de las veces que me asomé
a la ventana los vi, en una rama del ciprés, uno al lado del otro. Después los
vi sentados también muy juntos en el pasto. Bien cerquita de donde caminamos,
sin miedo y confiados.
Otra PD.:
pasó toda la semana y un día sí y otro también, un rato sí y al otro también,
recurrentemente, los pichones han vuelto
al ciprés. Ya suben más alto y ahora soy yo la que se estira para poder
encontrarlos. El lunes llevaré arroz. Con la ilusión de encontrarlos y de paso,
ayudar a la mamá paloma que ya debe estar flaquita de tanto vuelo para traerles
la comida. Son muy perezosos, pero ya llegará el día en que sean ellos los que
tengan su nido y sus pichones y se desvivan por protegerlos y alimentarlos.
Sigo aprendiendo….
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