Así como todo tiene
principio, también tiene final.
Así como un día
empezamos nuestra vida juntas, llegó el día de separarnos, al menos
físicamente, porque no existe nada en el mundo que pueda borrar en mí el
recuerdo que ha dejado Morena.
Después de pasar
cuatro días demasiado exigida, sobre todo los últimos dos, en la noche del 28
de Agosto me acosté, pero a la media hora me levanté y me vestí nuevamente.
Ella estaba inquieta,
agitada. Finalmente todo su tema de mamas cancerosas hizo eclosión y a pesar de
haberla operado nuevamente este febrero, ya no se podía hacer nada más.
Esa noche entablé un
diálogo franco y apretado con San Francisco. Siempre le hablaba para que Él la
ayudara, pero esa noche le pedí encarecidamente, le rogué hasta el cansancio
que hiciera el milagro de que mi perra querida se fuera sin sufrir y sin que yo
tomara esa decisión espantosa de poner fin a su sufrimiento.
Llegó la mañana y
Morena seguía peor. Me había levantado resuelta a terminar con su padecimiento.
Ella sabía tan claramente que yo andaba sobrevolando la escena de
verla a mi lado, con sus ojos ya tristes y aparentando que nada pasaba, con el alma encogida.
Llamé al veterinario
y acordamos que vendría a las tres de la tarde.
Qué horas horrorosas.
Qué tristeza infinita se empezó a apoderar de mí.
Seguía hablando con San
Francisco. Quería la paz para mi compañera de todas las horas por once años
pero no quería cargar con ese peso en mi conciencia de haber actuado como quien
es dueño de vidas y muertes.
Pasó el mediodía y la
maldita hora se acercaba.
A eso de las trece
cuarenta, Morena que estaba sentada en la puerta de nuestro dormitorio se
levantó rarísima, como queriendo correr. Pensé que quería salir al patio, pero
no, dio una vuelta y se acostó a mi lado, en el sillón que nos cobijó siempre,
pero del otro lado.
Siempre se acostaba a
mi izquierda para que yo la acariciara y así estábamos ratos y ratos, juntas,
una al lado de la otra.
Esta vez, se acostó
del lado derecho y se murió. Así, sin vueltas. Se estiró y quedó quieta. Tuve
apenas tiempo de mirarla y de mirar a mi mamá, para decirle en el
momento….mamá, Morena se ha muerto.
Al momento, exhaló
dos veces. Dos bocanadas chicas pero visibles se escaparon de su boca y allí
quedó acostada para siempre mi Morena.
Yo le hablé despacio,
despacito. Le agradecí todo el amor que me dio, le pedí que me perdonara por
tantos paseos no dados, por tantos baños adeudados…le dije para que se fuera
escuchando mi voz que siempre sería mi Morena
adorada de mi corazón. Le hablé y le hablé y le agradecí tanto a San Francisco
por el favor que nos hizo a las dos.
Cada noche le
agradezco…cada noche rezo su oración en homenaje a Morena.
Ella cerró su círculo
a mi alrededor con su gesto ese Viernes 29 de Agosto de 2014.
Y si bien la extraño
mucho, y la busco sin darme cuenta en tantas situaciones hogareñas, estoy feliz
porque se fue a mi lado y en paz.
Esta sombra también
nos ha abandonado pero su presencia es tan cercana y tan querida que sé, se ha
convertido en un nuevo ángel que me cuida.
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