(el padre de Morena)
Enero
parecería ser un mes marcado por los encuentros.
Una
de esas noches hermosas, festejábamos el cumpleaños de mi padrino.
Entonces....amigos,
parrilla encendida, tragos, risas, cuentos, familia y todos reunidos bajo la
luna y el cielo estrellado...con el calor veraniego de esa noche de Enero, con
el calor de la parrilla cargada de achuras y asado y con el calor del
amor....ése, que por ser cotidiano, ni siquiera reparábamos en su existencia.
Una
noche perfecta, en medio de la cual
irrumpió....el Negro.....
Perro
espantoso si los hubo....cachorro apaleado, esquelético y blanco de sarna.
Malo...ladraba
muy enojado. Pero no malo de maldad instintiva....malo sin poder reconocer
actitudes amistosas en los que seríamos, en adelante, sus dueños.
Con
seguridad por haber sido castigado y lo que es peor, abandonado por sus amos.
Pasó
el tiempo y cada 21 días una pastilla milagrosa iba recuperando su pelaje
espléndido.
Y
así se quedó entre nosotros, con una facilidad para la destrucción de cada cosa
que encontraba a su paso, que volvía loca a mi madre.
El
galpón de la carpintería de mi abuelo supo a fondo de sus histerias y locuras y
aquel piso de tierra apisonada dejó lugar a una visión loca de un volcán con
varias erupciones.
Cada
cráter fue llenado a su antojo con los despojos de cada cosa que pasó por su
boca y sus patas.
Era
un perro guardián. Su ladrido se imponía en la noche.
Lo
que nunca supieron los eventuales ladrones es que era una miel reaccionando a
una caricia. Se derretía.
Se
moría por los mimos y ni que hablar, por entrar a la casa, guarida de las otras perras que componían
nuestra querida jauría. Colita y Diana.
Colita
vino con dos meses a ocupar el lugar que había dejado vacío otra perra muy
querida y que había muerto recientemente.
Diana
encontró en mi casa lo que en ese momento parecía su hogar definitivo.
Y
llegó con todos sus temas. Su humildad. Su cariño. La joven edad que la dejó
marcada.
Así
que el Negro tenía con quien jugar.
Y
salir de expedición por los campos vecinos y volver empapado hasta las orejas
por haberse metido en un tajamar o con un olor insoportable por haberse
revolcado en cualquier cosa muerta que encontrara en su camino.
Era
un perro compinche.
Aunque
toda su amistad se terminaba ante el plato de comida.
Ahí
sí.. no reconocía nada....ni siquiera la mano de mi mamá, que salía de la casa
con su plato, lo ubicaba en algún lugar y salía escapando de unos gruñidos que
metían miedo.
Un
día de Nochebuena tuve la mala fortuna de pasar por sobre él con el auto.
Tenía la costumbre de correr adelante, apenas
volteando para ver cuán cerca estaba y seguir corriendo.
Habían tirado un tronco en el camino ....y el
corría sin parar....se dio vuelta y no lo vio.....se enredó y yo no pude parar.
Sentí
que lo arrollaba y seguí apenas.
Ví
como corría desesperado para la casa con su pata delantera derecha dando
vueltas como las aspas de un molino.
Y
volvió a esconderse en el mismo lugar que eligió aquella noche de enero, para
quedarse, pero esta vez...para sufrir su dolor.
En
esa oportunidad tuvo licencia de entrada a la casa. El dolor que tenía en su
pata quebrada no pudo empañar la emoción que sentía por, finalmente, haber
accedido al lugar de los elegidos.
La
estadía duró lo que su enfermedad. Cuando estuvo curado nuevamente debió
quedarse afuera y aunque mucho lo lamenté, era una decisión sin ninguna clase
de discusión.
El
tiempo fue pasando y con él llegó el momento en que el Negro ya era uno más de
la familia.
Pero
el tiempo siguió pasando y un día mi padrino se fue, definitivamente.
Y
quedamos solas, las mujeres y también,
los perros.
Las
vueltas de la vida y el mal proceder de la gente hicieron que debiéramos
abandonar nuestra casa.
Deshacer
años de vida fue la peor tarea que le tocó a mi madre.
Regalar,
malvender, dejarse robar...en fin....en poco tiempo debíamos irnos y era una
casa grande con las cosas que se van juntando al cabo de la vida.
El
peor problema que enfrentamos fue qué hacer con el Negro.
Diana
se iba a la casa de los suegros de mi ahijada.
Colita
se venía con mamá a la casa de mi hermana.
Y
el Negro....a dónde se iría el Negro...?
Mágicamente
unos primos muy queridos nos lo pidieron. Sabíamos que lo amarían con el amor
que él necesitaba.
Y
llegó el día en que ví cómo se iba.
Aquel
perro loco y alborotado, imposible de domesticar, acostumbrado a las carreras
libres, a campo traviesa....subió, mansamente, al asiento de atrás del auto.
Y
allí sentado, en medio de las dos cabezas de mis primos...se fue tranquilo con
sus nuevos amos, recortando esa estampa imborrable en la casi oscuridad de la
nochecita.
Me
olvidé decir que esos mismos primos que son los amos de nuestro querido Negro y
que dieron tranquilidad a mi alma atribulada por el problema que él
planteaba...fueron los mismo que un día frío de invierno nos trajeron a Colita.
Tan
chiquita.... que una astilla para la estufa era más grande que ella.
Y
que nos hizo tan felices como ahora el Negrito, los hace a éllos.
(otra
de Nuestras Sombras se ha ido para siempre)
Junto
con la Pope(Pompeya) el más loco y destructor de todo.
También,
uno de los que más reaccionaron al afecto humano.
Fue
el que se vino con nuestros primos Godo y Eva, a una nueva casa y a una nueva
vida y por un buen tiempo fue así.
Pero
Eva se fue, un día y sin aviso. Y Godo pervive en un mundo perdido, sin
conexión alguna con la realidad.
Y
como era previsible, el Negro también se enfermó.
Y
en este Diciembre de 2012 lo han puesto a dormir para siempre.
Ese
loco, descerebrado y amoroso al cual arrollé con el auto. Ese, que fue
inmensamente feliz cuando mi mamá dejó que entrara finalmente, a la casa, y
sólo mientras durara su convalecencia. Ese, que cuando fuimos a visitar a mis
primos, un día, no me dejaba caminar, enredándonos entre nosotros mismos, entre
palabras mías y mimos, de él.
Nuestro
cometido es permanecer en Luz. En la oscuridad, hasta nuestra propia nos
abandona……cómo no se iban a ir, de a poco, Nuestras Sombras…