lunes, 4 de febrero de 2013

EL NEGRO



(el padre de Morena)

Enero parecería ser un mes marcado por los encuentros.

Una de esas noches hermosas, festejábamos el cumpleaños de mi padrino.

Entonces....amigos, parrilla encendida, tragos, risas, cuentos, familia y todos reunidos bajo la luna y el cielo estrellado...con el calor veraniego de esa noche de Enero, con el calor de la parrilla cargada de achuras y asado y con el calor del amor....ése, que por ser cotidiano, ni siquiera reparábamos en su existencia.

Una noche perfecta,  en medio de la cual irrumpió....el Negro.....

Perro espantoso si los hubo....cachorro apaleado, esquelético y blanco de sarna.

Malo...ladraba muy enojado. Pero no malo de maldad instintiva....malo sin poder reconocer actitudes amistosas en los que seríamos, en adelante, sus dueños.

Con seguridad por haber sido castigado y lo que es peor, abandonado por sus amos.

Pasó el tiempo y cada 21 días una pastilla milagrosa iba recuperando su pelaje espléndido.

Y así se quedó entre nosotros, con una facilidad para la destrucción de cada cosa que encontraba a su paso, que volvía loca a mi madre.

El galpón de la carpintería de mi abuelo supo a fondo de sus histerias y locuras y aquel piso de tierra apisonada dejó lugar a una visión loca de un volcán con varias erupciones.

Cada cráter fue llenado a su antojo con los despojos de cada cosa que pasó por su boca y sus patas.

Era un perro guardián. Su ladrido se imponía en la noche.

Lo que nunca supieron los eventuales ladrones es que era una miel reaccionando a una caricia.  Se derretía.

Se moría por los mimos y ni que hablar, por entrar a la casa,  guarida de las otras perras que componían nuestra querida jauría. Colita y Diana.

Colita vino con dos meses a ocupar el lugar que había dejado vacío otra perra muy querida y que había muerto recientemente.

Diana encontró en mi casa lo que en ese momento parecía su hogar definitivo.

Y llegó con todos sus temas. Su humildad. Su cariño. La joven edad que la dejó marcada.
Así que el Negro tenía con quien jugar.

Y salir de expedición por los campos vecinos y volver empapado hasta las orejas por haberse metido en un tajamar o con un olor insoportable por haberse revolcado en cualquier cosa muerta que encontrara en su camino.

Era un perro compinche.

Aunque toda su amistad se terminaba ante el plato de comida.

Ahí sí.. no reconocía nada....ni siquiera la mano de mi mamá, que salía de la casa con su plato, lo ubicaba en algún lugar y salía escapando de unos gruñidos que metían miedo.

Un día de Nochebuena tuve la mala fortuna de pasar por sobre él con el auto.

 Tenía la costumbre de correr adelante, apenas volteando para ver cuán cerca estaba y seguir corriendo.

 Habían tirado un tronco en el camino ....y el corría sin parar....se dio vuelta y no lo vio.....se enredó y yo no pude parar.

Sentí que lo arrollaba y seguí apenas.

Ví como corría desesperado para la casa con su pata delantera derecha dando vueltas como las aspas de un molino.

Y volvió a esconderse en el mismo lugar que eligió aquella noche de enero, para quedarse, pero esta vez...para sufrir su dolor.

En esa oportunidad tuvo licencia de entrada a la casa. El dolor que tenía en su pata quebrada no pudo empañar la emoción que sentía por, finalmente, haber accedido al lugar de los elegidos.

La estadía duró lo que su enfermedad. Cuando estuvo curado nuevamente debió quedarse afuera y aunque mucho lo lamenté, era una decisión sin ninguna clase de discusión.

El tiempo fue pasando y con él llegó el momento en que el Negro ya era uno más de la familia.

Pero el tiempo siguió pasando y un día mi padrino se fue, definitivamente.

Y quedamos solas,  las mujeres y también, los perros.

Las vueltas de la vida y el mal proceder de la gente hicieron que debiéramos abandonar nuestra casa.

Deshacer años de vida fue la peor tarea que le tocó a mi madre.
Regalar, malvender, dejarse robar...en fin....en poco tiempo debíamos irnos y era una casa grande con las cosas que se van juntando al cabo de la vida.

El peor problema que enfrentamos fue qué hacer con el Negro.

Diana se iba a la casa de los suegros de mi ahijada.

Colita se venía con mamá a la casa de mi hermana.

Y el Negro....a dónde se iría el Negro...?

Mágicamente unos primos muy queridos nos lo pidieron. Sabíamos que lo amarían con el amor que él necesitaba.

Y llegó el día en que ví cómo se iba.
Aquel perro loco y alborotado, imposible de domesticar, acostumbrado a las carreras libres, a campo traviesa....subió, mansamente, al asiento de atrás del auto.

Y allí sentado, en medio de las dos cabezas de mis primos...se fue tranquilo con sus nuevos amos, recortando esa estampa imborrable en la casi oscuridad de la nochecita.

Me olvidé decir que esos mismos primos que son los amos de nuestro querido Negro y que dieron tranquilidad a mi alma atribulada por el problema que él planteaba...fueron los mismo que un día frío de invierno nos trajeron a Colita.

Tan chiquita.... que una astilla para la estufa era más grande que ella.

Y que nos hizo tan felices como ahora el Negrito, los hace a éllos.



 (otra de Nuestras Sombras se ha ido para siempre)

Junto con la Pope(Pompeya) el más loco y destructor de todo.
También, uno de los que más reaccionaron al afecto humano.
Fue el que se vino con nuestros primos Godo y Eva, a una nueva casa y a una nueva vida y por un buen tiempo fue así.
Pero Eva se fue, un día y sin aviso. Y Godo pervive en un mundo perdido, sin conexión alguna con la realidad.
Y como era previsible, el Negro también se enfermó.
Y en este Diciembre de 2012 lo han puesto a dormir para siempre.
Ese loco, descerebrado y amoroso al cual arrollé con el auto. Ese, que fue inmensamente feliz cuando mi mamá dejó que entrara finalmente, a la casa, y sólo mientras durara su convalecencia. Ese, que cuando fuimos a visitar a mis primos, un día, no me dejaba caminar, enredándonos entre nosotros mismos, entre palabras mías y mimos, de él.
Nuestro cometido es permanecer en Luz. En la oscuridad, hasta nuestra propia nos abandona……cómo no se iban a ir, de a poco, Nuestras Sombras…